SILUETAS EN
LA PLAZA
Beatriz
Durán Maldonado
El sol aún
brilla como si fueran las seis de la tarde, en realidad lo son sólo que las
manecillas del reloj han sido adelantadas hace meses por el horario de verano.
El reflejo de la luz hace brillar una especie de escultura réplica de la
Victoria Alada de la Ciudad de México que conocemos como “el ángel de la
Independencia”, su tono dorado a plena luz del día resulta chocante. Parece hecho
con el papel lustrina que usan los niños en la escuela.
Faltan
pocos minutos para que el grupo Ciudad Húmeda presente lo que ellos llaman una
“acción artística". Los muchachos de los medios televisivos recogen su
equipo después de las tomas de una Plaza de Armas que recién se ha llenado de
símbolos patrios; los que intentamos hacer periodismo cultural nos acercamos
unos a otros buscando una especie de cobijo, sintiéndonos un poco huérfanos,
incomprendidos.
La acción
artística empieza frente a una enorme águila devorando una serpiente ubicada a
unos metros del asta bandera. El inicio se retrasa unos minutos a la espera de que
una camioneta, que promueve un espectáculo con los acordes del “Son de la Negra”,
se aleje en cuanto el semáforo se ponga en verde. Las casi inaudibles pero
lánguidas y dramáticas notas que arranca una chica del cello con su arco nos
indica que la acción ya comenzó. Los que se toman la foto con el águila ven al
grupo como inofensivos intrusos y empiezan una breve batalla territorial. “Tú
métete” le ordena una aguerrida madre a su veinteañera hija que carga un bebé,
con cámara en mano.
La chica
del cello continúa tocando. Los que siguen al grupo forman, inconscientemente, una
valla humana; los flashazos continúan pero los bailarines que fingen ser
transeúntes ganan finalmente el territorio frente al águila. Uno cae al suelo.
Otro con una tiza bordea el cuerpo del caído como lo hacen los forenses en las
series policíacas norteamericanas. El bailarín retira su cuerpo y en el suelo queda
dibujada una silueta que rellena el que la ha trazado con algo parecido al maíz
que comen las palomas. La acción continúa. El grupito inicial crece, el espacio
escénico ahora es una esquina junto al ángel dorado. El improvisado público
ahora ya se mantiene a la expectativa de lo que realizan los actores. Repiten
los movimientos típicos de un transeúnte con sus rostros ausentes, absortos o
indiferentes que después transforman en unos de que van de la sorpresa a la incredulidad
y el miedo. Algunas palomas vuelan frenéticas tomando parte en la escena. Otro
vuelve a caer. Otro también dibuja una silueta alrededor del cuerpo del caído.
Solo escribe una palabra: MÉXICO.
La escena ahora
se repite en un espacio más abierto; hay más espectadores. Prosigue el mismo
ritual: uno cae y otro dibuja con gis blanco su silueta. Ahora el trazo de
líneas resulta en una silueta fragmentada, en cada trozo escribe un número. Las
cantidades, algunas, sobrepasan el millar.
El contingente,
acompañado de la cellista y un fluctuante público, recorre todo el perímetro de
la Plaza de Armas provocando un ambiente casi surrealista enmarcado por el
colorido de las banderitas, trompetas, sarapes, rehiletes tricolores y la
música mexicana que se escucha de vez en cuando por el altavoz. De manera
natural los niños se les unen. Un padre da una interpretación matizada a sus
dos hijos.
Finalmente llegan
al punto de partida, esta vez internándose frente al Kiosco. Ahí los caídos se
multiplican. Las siluetas plasmadas en el suelo parecen bailar una danza
extraña. Ellas reciben un tiroteo de balas blancas con los gises que
previamente han recibido algunas personas entre el público. El choque de los
proyectiles además de provocar una ligera neblina blanca producen un sonido
parecido a la caída de gotas de lluvia antes de la tormenta.
El conjunto
se desintegra, solo quedan los bailarines de danza contemporánea y sus
acompañantes. La iluminación de los motivos patrios en el Palacio Municipal se
enciende al igual que la de las esculturas en la Plaza Municipal. La plaza luce
en todo su esplendor. A esa hora, otros transeúntes que la atraviesan, en su
prisa, no se dan cuenta que bajo sus pisadas han quedado deformadas siluetas
que pronto serán lavadas por la lluvia que se aproxima.