El mar estaba muy frío
Cuando tengas ganas de morirte
no alborotes tanto: muérete y ya.
Jaime Sabines
Fue a Tampico porque luego de investigar a fondo, decidió que las aguas del Golfo eran las más apropiadas para suicidarse. Eso y porque una amiga de esas aventureras se lo había recomendado como una manera de salir de la depresión. Hemingway fue el primer suicida que le vino a la mente, pero cuando se enteró que el cuerpo del pobre diablo ya estaba en franca decadencia –alcohólico, impotente, hipertenso, diabético y dermatoso– y que lo más digno le había sido darse un tiro, pensó que no tenía mérito alguno acabar con la vida en aquellas circunstancias, cuando la propia Naturaleza comenzaba a pasar la factura del cómo se vivió. Además, era un hombre, un mujeriego. ¿Qué podría tener en común con ella? Entonces, optó por el ámbito femenino-literario. ¿No era ella, después de todo, una persona culta, una artista en ciernes? ¿No le decían siempre que tenía grandes talentos ocultos? ¿No poseía una mente analítica y un alma sensible al arte? Había tomado un par de cursos en literatura, así que se consideraba con la autoridad de saber lo que hacía. Fue de esa manera como redujo su lista de investigación para el mejor método suicida a tres escritoras y tres personajes literarios.
Una lengua vacuna y helada lame sus pies. El agua vuelve a retirarse y ella siente hundirse unos centímetros en la arena húmeda y compacta. El frío de la piel parece incrustarse en sus vértebras. Por un segundo tiene la certeza infantil de que será tragada por la playa. Levanta un pie, luego el otro, y con la llegada de otra ola vuelve a incrustarse en la arena. Piensa con temor en todos los bichos que tienen su hogar justo allí, donde sus pies se encuentran enterrados y fuera de su vista. En el siguiente instante, un miedo la estremece cuando ve pasar algo flotando justo frente a ella. Frunce los ojos e intenta enfocar, pero sin mucho éxito. La brisa es demasiado fresca para su gusto. No dará un paso más hasta que sepa qué cosa es aquella que flota con tétrico vaivén. Julieta espera, se abraza a sí misma e intenta, para conservar la calma, perder la mirada en las aguas negras que tiene delante.
Quiso iniciar con las mujeres reales. Tenía el cabello recogido en una cola de caballo y el rostro limpio. Preparó un café instantáneo, se puso los anteojos y prendió la computadora. La pantalla se llenó de azul; la música del sistema operativo la reanimó y por un instante tuvo la sensación de estar bien. Pero recordó que era una suicida, un ser humano sumido en la miseria de la existencia, un alma demasiado frágil para este mundo. Así que se llenó de agobio, sintió que las ojeras se apoderaban de su triste cara, y con las lágrimas humedeciéndole la vista de autocompasión, procedió a dibujar una tabla en el cuaderno que tenía en frente: nombre, método, edad al morir. Era un cuaderno hermoso, con tapas duras de color verde espárrago, hojas nítidamente rayadas y con puntos para desprenderlas; una pintura de Van Gogh adornaba con sobriedad la portada. Era una verdadera lástima que tuviera que servir tan lúgubre tarea, con toda su belleza y sus doscientas hojas casi en blanco, pero así era la vida de injusta. Luego de varias entradas en su buscador preferido, Julieta obtuvo varias respuestas. Aprendió que Virginia Wolf tomó su propia vida en las aguas del Ouse, a los 59 años, que Alfonsina Storni hizo lo propio a los 46, pero en el Mar del Plata y que Sylvia Plath, de tan sólo 30, metió la cabeza dentro de la estufa y dejó escapar el gas. Tan joven, pensó. Como yo. Y qué forma tan brutal. Dos a uno. Las escritoras maduras preferían el agua para morir con decoro, fama y buen gusto.
La oscuridad se disipa un poco y la vista de Julieta tiene mejor oportunidad de analizar el objeto que la perturba. Se trata de una tortuga muerta flotando con el caparazón al revés, las pequeñas y lánguidas piernas a la vista. Intenta alejarla aventándole agua con las manos, pero aquel cadáver permanece inamovible. Julieta toma las sandalias que había dejado unos pasos atrás, y camina unos treinta metros hacia la derecha, hasta lo que considera será un terreno libre de tortugas difuntas. Allí, Julieta se obliga a dar un par de pasos adentro, pero el frío del mar le impide seguir. Seguramente el Ouse y el Mar del Plata eran mucho más templados. Una brisa mueve su cabello y el sol entibia un poco sus hombros llenos de pecas. ¿Por qué no trajo el protector solar? Claro, iba a matarse de madrugada, antes del calor, y ahora ese plan está arruinado. ¿En qué se ha ido el tiempo? Ella tomó sus precauciones levantándose temprano y desayunando desde las cinco de la mañana. Una lágrima se le escapa cuando piensa que mantuvo la dieta en aquel su último desayuno. Media toronja, un pan integral tostado y café negro. ¿Por qué no tomó unos hot cakes cubiertos de mantequilla y miel de maple y un gran vaso de jugo de naranja? La muerte no dejaría que absorbiera toda esa grasa y calorías. Julieta se sorprende a sí misma desviándose del tema principal: su propio suicidio. Su plan de muerte fuera de tiempo, obstaculizado por eventos más allá de su control. Pero ella es flexible, creativa, capaz de adaptarse. Eso lo supo luego de leer varios libros de autoayuda. No se amendrantará ante el cambio. Así que avanza un poco más: un alga resbalosa se le enreda en los tobillos. Da un brinco y mueve las piernas con fuerza hasta que aquella planta primitiva se desprende.
Luego de prepararse otro café, buscó a los personajes femeninos. Emma Bovary fue la primera, por ser la más famosa. Arsénico. Ella, culpable de infidelidad. Terribles dolores, una muerte lenta. Julieta modificó la tabla para incluir posibles causas para el suicidio. ¿Por qué era que ella, Julieta Robles, iba a tomar su propia vida? Sin duda, era más fácil indagar explicaciones en la literatura que en la vida real. Tomó algunas notas y siguió buscando. Ana Karenina, otra adúltera que murió por cuenta propia bajo el paso de un tren. Julieta se estremeció. Imaginó el cuerpo desmembrado, la sangre sobre las vías. No, definitivamente y a pesar de tener a la mano en la ciudad el sistema de transporte colectivo Metro, no era un método que ella quisiera usar. Además, era algo tan socorrido por los agobiados capitalinos, que era ya un lugar común. Ella no sería como todos. Bajó a la cocina por galletas con chispas de chocolate antes de seguir su investigación. Con el último sorbo de café, se enteró de que Edna Pontellier, el personaje de Kate Chopin, no soportó el despertar de su sexualidad y las exigencias de ser madre, esposa, señora de sociedad: caminó mar adentro hasta perderse. Otra vez el mar, el agua. Finalmente (y a Dios gracias, porque los ojos comenzaban a arderle por la pantalla), tuvo su método ganador.
Apenas repuesta del asco del alga y de un cangrejo que descaradamente cruzó sobre su empeine, Julieta trata de recuperar la compostura y la seriedad que le corresponde a quien está a punto de cometer el último gran acto de su vida. Imagina la cara de su madre cuando llore en la misa de su funeral, la mirada anegada en lágrimas de sus hermanas, sumidas en su estúpido mundo de madres y esposas. La sorpresa de Miguel, que siempre le negó su amor. Se sentiría culpable. El ruido de un motor y música tropical hacen que Julieta salga de sus pensamientos y se vuelva a ver lo que hay a sus espaldas. El día está en su apogeo. Varios vehículos se estacionan y en un momento la playa está llena pelotas, sombrillas, cervezas, grabadoras, niños, bolsas de papas fritas, pollos asados para llevar. Gente, mucha gente y algarabía. Más gente que llega con toda su parafernalia playística. Julieta respira hondo y para disimular, recoge una conchita a sus pies. Como si hubiera venido hasta Tampico sólo para levantar la mitad del caparazón de un molusco que ya no está. El mar ya no es negro, es azul oscuro, y refleja con intensidad los rayos del sol de la mañana. La escena ya no le parece tan literaria, como el fragmento de la novela de Chopin que leyó en línea. El mar es simplemente bello e imponente, como todos los mares.
Julieta decide intentarlo en otra ocasión, cuando no sea Semana Santa y tenga, por lo menos, un marido a quien serle infiel.
Cuento publicado en el libro "¿En qué se nos fue la mañana?", Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, 2007.
PUBLICADO EL DOMINGO 23 DE AGOSTO 2009